Dudas en la cena

Justo después de conocerme a mí mismo un poco más en ese espléndido día sabático de verano, llegó la idea de invitar a cenar a alguien, una hermosa oportunidad si fueran otras épocas, pero en esta era de cambio, comer solo, o en otras palabras, comer conmigo mismo es lo habitual, entonces me pregunté, ¿por qué no invitarme a comer? ¿por qué no conversar conmigo mismo una vez más? De cualquier modo, la línea entre ser un genio o un desquiciado es muy delgada para una sociedad etiquetadora.

Entonces se presentó una oportunidad un tanto extraña, y al mismo tiempo, imposible de rechazar. Una oportunidad que me llenó de preguntas, de curiosidad, me sentía como un niño justo antes de subirse a una montaña rusa. Miedoso y alegre. La oportunidad de cenar con mi Yo del futuro.

Las dudas, poseídas por la inquietud, desbordaron mi mente. ¿De qué trabajará? ¿seguirá creando cosas? ¿estará casado? ¿seguirá haciendo música? ¿tendrá hijos? ¿seguirá amando a sus mascotas? ¿dónde vivirá? ¿seguirá tomando la vida como un juego? ¿escribirá aún? ¿vivirá sus sueños? ¿o mis sueños? ¿o nuestros sueños?

Las palabras ya no hacían sentido. Mientras imaginaba la conversación me perdía entre hablar sobre mí, sobre él, o referirme a ambos como uno solo. Creo que me estaba volviendo loco.

Y llegó el momento. No quería decepcionarlo con la cena, por lo que cociné mis platos favoritos desde que soy niño, suponiendo que siguen siendo los suyos, claro, siguiendo las recetas de las abuelitas que tanto nos gusta. Era un banquete impresionante, nunca había cocinado de tal forma, me sentí orgulloso y decidí tomarme un momento para agradecer y apreciar el esfuerzo que puse en esto, cuando de pronto sonó el timbre. Tin… Ton…

No pude evitar pensar que el sonido de ese timbre fue demasiado largo, incluso el sonido de las manecillas del reloj tenía intervalos más extensos, parecía como si el espacio/tiempo fuera más lento.

Las manos empezaron a sudarme, sentía como se me cortaba la voz sin siquiera hablar, las dudas empezaron a llegar mientras me acercaba a la puerta, ¿será esto una buena idea? ¿por qué no solo invite a un amigo a cenar por videollamada? ¿y si no le gusta la comida? ¿y si mis preguntas le molestan? Y justo mientras ponía la mano en la perilla llegó la más grande pregunta de todas:

¿Será que conocer a mi Yo del futuro, cambiará mi futuro?

Empiezo a girar la perilla…

Abro la puerta…

Y veo a un niño de 7 años, exactamente igual a las fotos mías de pequeño, simplemente me ve con la cabeza inclinada hacia arriba, con ojos y sonrisa de auténtica curiosidad…

Y dijo: “he estado buscándote, por fin te encontré”.