“12.Y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. 13.Pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo.”Mateo 24
Lugar: tierra. Después de la pandemia, fueron pocos los mayores que quedaron. A todos se los llevó la enfermedad tarde o temprano; algunos por causa de los ignorantes, otros por causa de los necios. Podían contabilizarse en diez los hombres mayores de 60 años en la tierra. Diez hombres esparcidos en distintas regiones, ídolos, adorados por todos aquellos que vieron morir a sus antecesores.
Eso no fue todo lo que se llevó la pandemia. Los hombres, de hecho, se quedaron con muy poco después de verla en acción. Ver a un joven con llagas en las manos por tanto antibacterial era normal. Los niños sienten repudio por los otros de su especie. Es más fácil ver a un ser humano abrazando a un animal que abrazando a otro homo sapiens. Los adolescentes ya no sienten curiosidad por besarse las bocas, por tomarse las manos, por chocar cuerpos en una danza mal bailada.
¿El sexo? ¿Las risas? Todo se lo llevó la enfermedad. Primero fue el miedo y luego vino el asco; el miedo duró unos años, el asco se instauró. Asco. Asco hacia los seres diminutos, mutaciones de lo que fueron antes, invisibles. Asco de la evolución tan rápida que experimentaban.“La bacteria”, aquel fantasma invisible e invencible que no iba a parar nunca.
Dentro de ese mundo vivían diez hombres grandes con lágrimas en los ojos. Se llamaban por telepatía, preguntándose si en la tierra aún quedaban hombres. Hombres de carne y hueso. Hombres de pasión y tacto. Hombres de “meter las patas”. De abrazos infinitos. Hombres de los que se erizan por un beso. Hombres de los que quieren llenarse el cuerpo de la adrenalina que todos llaman amar. Hombres. ¿Todavía quedan hombres?
Morirán los diez últimos hombres de la tierra. Dejarán el legado de haber vencido al guerrero invisible. Nadie se dará cuenta de lo que hicieron, nadie se cuestionará cómo lograron sobrevivir al gozo, al tacto, a la cercanía.
Tres generaciones después de la generación del asco, nacerán rebeldes. Recordarán que el cuerpo humano aprende a través del tacto y desearán tocarlo todo porque a los nietos se les olvidará por qué sienten asco y no podrán explicarlo. Cuando sean adolescentes y les digan que está prohibido tocarse, preguntarán “¿por qué?” Y reinará el silencio. Y en rebeldía no habrá rock, ni habrá punk, ni habrán guerras. La revolución será un abrazo.