El fantasma

A mi madre.

No puedo dormir. Esto solo me había pasado cuando era niño y me visitaba el fantasma. Vivía en una casa grande, tres niveles para ser exacto. Los pisos eran de madera, una madera desgastada por los años; a menudo se escuchaba el crujir de algunas tablas resquebrajadas (en realidad sólo cuando pasaba corriendo sobre ellas) la casa no estaba muy alumbrada, un foco en cada habitación, uno en la sala y uno más en el comedor; los pasillos se iluminaban con la luz del sol cuando se habrían las cortinas de la ventana; eso lo hacía Ausencia, la muchacha del servicio. “Para que te enterés que ya es de día” me decía. Ausencia era una mujer no muy vieja, y me gustaba contemplar su gesto, que era una mezcla entre tranquilidad y frescura; supongo que de algún modo, la quería.

Ausencia y yo no éramos los únicos viviendo en esa casa; una casa muy grande para dos personas. También vivían allí mis abuelos, los maternos, mi tía Laura, que es como mi mamá, y el fantasma. Ni mis abuelos, ni mi tía Laura, ni siquiera Ausencia me creyeron. Solo se los dije porque ya estaba harto, no tuve ningún problema cuando solo hacía ruidos fuertes, tampoco cuando danzaba y pataleaba sobre el techo, pero esta era la cuarta noche que me despertaba y mi tolerancia se había terminado; no por no dormir, sino por el miedo.

Nunca antes lo había visto, así que no podía asumir que era real, o que era eso, un fantasma. Las primeras tres noches sentí mucho temor, pero en ningún momento me permití abrir los ojos, ni siquiera un poco, ni siquiera para asegurarme que se había ido. La cuarta noche fue distinto; no estaba dormido aun cuando escuché el ruido en el techo, solo que esta vez se fue alejando y haciendo más intenso hasta desaparecer; luego comenzó de nuevo, esta vez en la escalera, siguió el pasillo, escuché sus pasos detenerse frente a mi cuarto. Cada vez que se oía más cerca yo apretaba más los ojos, no quería permitir que por ningún error se me llegaran a abrir.

Giró la chapa de la puerta. No pude pasar saliva. Mi respiración se agitaba cada vez más, y un sudor frío empapaba mis manos; mientras más se acercaban los pasos, más me costaba respirar, sentía la falta de aire y el terror me adormecía las piernas. Los pasos se detuvieron un momento. Lo siguiente que sentí fue su aliento en mi oreja, respiraba a mi lado.

Aunque el miedo me pasmaba, la sensación de ese aire húmedo y caliente era insoportable. Traté de alejarme, con un movimiento brusco salté al otro lado de la cama, abrí los ojos, y lo miré, allí. El fantasma era una mujer, no me pareció que fuera anciana, pero tenía el pelo blanco, despeinado, horrible; la cara demacrada y llena de manchas, -por lo muerta,- pensé.

En ese momento, grité como nunca antes lo había hecho, y corrí, corrí a través del largo y oscuro pasillo, hasta el cuarto de la tía Laura.

-¡Un fantasma, una mujer, muerta!-

intentaba explicarle mientras lloraba y hacía lo posible por respirar.

Ella me miró fijamente y sin extrañeza alguna, como si lo que le describía no fuera nada descomunal o desconcertante. Después miró a mis abuelos y a Ausencia, que para ese momento ya se habían levantado por mi escándalo, y con una mirada les dijo algo que, por supuesto, yo no entendí. Ellos se dieron la vuelta y cerraron la puerta.

Después de eso el fantasma no regresó en las noches, nunca, pero lo escuchaba caminar sobre el techo, arrastrando cosas. Estoy seguro que en una ocasión que jugaba en el patio, me miraba desde la ventana; me miró por horas.

-“Te lo imaginás, estás sugestionado”- me dijo Ausencia.

-“Ni un película de terror mas”- sentenció mi tía.

Y mis abuelos solo me miraban, demasiado callados, intranquilos, como queriendo gritarme algo. Durante mucho tiempo me intrigó qué podría ser.

Me mudé hace treinta y cinco años. Mis abuelos ya murieron, mi tía Laura esta muy grande, senil, por eso me contó. Tengo cincuenta años, ya lo puedo entender, me dice. Ha pasado tiempo, pero ya lo sé. Ahora que murió mamá, si, mi mamá. No puedo dormir. Me gustaría jugar en el jardín, sabiendo que, desde la ventana, el fantasma me observa.