Desde que escribo artículos, creo que mi mayor defecto es que los escribo en primera persona. Quizá quiero de alguna manera que vean todo el contexto de mis letras desde el punto de vista en donde lo vivo. Pero agradezco a la cuarentena que hace que este texto en primera persona sea mejor recibido.
Les cuento algo que quienes me conocen, ya lo sabrán. Pero para quienes no, soy una persona muy extrovertida, mi actividad favorita en el mundo es bailar. Si me dijeran que debo renunciar a una cosa y las opciones son escritura y baile, sin pensarlo dejaría la escritura. La escritura me hace feliz y me da vida, pero el baile. El baile asoma su luz en las grietas de mi alma y le da sentido a mis pasos. El baile, a comparación de lo que muchos piensan no necesita que llevés una coordinación o que te unás al ritmo. El baile lo que busca es libertarte, te deja ser libre de todo lo que te rodea, es una pausa a la vida o a la muerte. No tenés un objetivo, tampoco una misión, no tenés que pegarla ni ser famoso. En el baile solo sos, dura 3 minutos o 10 horas, no te limita de nada, podés abrazar, besar, beber y coger bailando.
En esta cuarentena he bailado muchísimo y he buscado en cada una de las partes de mis pasos las ganas de volver. Este encierro me tiene con la intención de ser más productiva, de leer más, de escribir más. Pero cada vez siento que la cotidianidad ya no existe en mí. Y que esa cotidianidad me exigía buscar las maneras de ser más desapareció. Porque ya ven que el mundo y el exterior nos asfixian con todas las cosas que debemos ser y de cumplir, porque cuando lleguemos a los 26 las cosas que logremos van a perder su valor. Y ahí nos vemos todos nosotros, sobreescolarizados preguntándonos por qué no somos suficientemente capaces para ser algo para el mundo.
Y en este encierro nos llaman al emprendimiento, a publicar nuestros progresos en nuestras stories, incluso a publicar nuestras mejores nudes, a consumir cuerpos, éxitos y progresos que no son los nuestros, pero ¿cómo? Si apenas tengo la capacidad de evitar sentirme menos cansada sin llevar ese vaivén de la vida diaria cuando nos exponemos al mundo. Y luego me choco con esa realidad de reconocerme a mí en el encierro y veo todos los mensajes de Whatsapp que me niego a responder y no porque no quiera a la gente, sino porque no quiero la comunicación, porque cada vez esta realidad por supuesto que me preocupa, pero me estoy enamorando del encierro.
Platico conmigo y descubro que la que era en el exterior está migrando a convertirse en otra persona que necesita la soledad a toda costa, que yo estoy viviéndola con personas que quiero, pero que lo que necesito es estar sola y es curioso, porque hace unos 15 días solo pensaba que esta soledad estaba siendo impuesta, y sí que me cuesta, que la pandemia me alcanzó con el corazón roto. Y estar solo con el corazón roto es una situación doblemente difícil de llevar, pero también he descubierto lugares de mí que no había conocido. Leo múltiples mensajes en donde se habla de que quizá esta pandemia vino porque el mundo necesita estar sin nosotros, pero si la realidad es que quizá vino porque nosotros debemos aprender a convivir con lo que somos. Con todos esos miedos que hemos ignorado durante mucho tiempo y que esta situación nos obliga a sentarnos a comer con ellos.
Ahora imagínense que la pandemia no vino porque el mundo quisiera descansar de nosotros, ni porque nosotros tuviésemos que encontrarnos con nuestros miedos. Quizá la pandemia vino simple y sencillamente porque debía venir, sin objetivos, sin justificación, solamente porque es.
Y así es la vida. La humanidad constantemente juega papeles para demostrarse y demostrarle al mundo que son alguien. Que nos llenamos de filosofía y de qué teoría tenemos sobre la situación. Que siempre estamos en una ruleta que nos pide que debemos demostrar nuestro objetivo de vida porque así nos enseñaron, la genialidad de ser un humano, la genialidad de existir. Pues si todo eso es verdad, si la vida se nos va a venir encima, que nos agarre bailando.