Un café y un té (extraño)

Le agarré el gusto al café negro contigo;
yo, que siempre pedía
mi dosis diaria de cafeína
con algún saborizante de almendra o amaretto,
en forma de lattes o capuccinos.

Lograste convertirme en fiel creyente
de disfrutarlo sin azúcar,
sin espuma, sin leche, sin hielo,
reemplazaste en mi vocabulario
la palabra «saborizantes» por «métodos.»

Pero hoy, el café al que ya me había acostumbrado,
al que ya le tenía cariño,
sabe distinto;
tiene notas de acidez, de amargura,
sabe oxidado.

No sabe igual
el café
si tú no estás
a mi  lado.